Tuesday, October 16, 2012

DEVOCIONAL



Esta es una devocional que voy a compartir el viernes...la alzo acá para que mis amigos de mi iglesia puedan leerla.  

(This is a devotional that'll be sharing on Friday...I'm putting it here so my friends from church can read it.  Thanks for your patience--the next post will be in English again!)

Buenas tardes.  Hoy quiero compartir con ustedes una parte de las escrituras que está en 1ª de Corintios 9.24 al 27.  Muchas veces me preguntaron si es que soy deportista.  Pero nunca jugué ni futbol ni basket ni volley, no participo porque no me importa competir sino compartir.  Lo que me gusta es divertirme con las demás personas mientras juego con ellas.  Por más que no soy deportista conozco a que se refiere el mundo el deporte.  Primero porque crecí viéndole a mi papá jugando futbol y luego vi todos los juegos de mi hermano cuando él practicaba futbol americano.  Pablo hablaba mucho de los deportes porque en aquella época habían dos juegos muy importantes—los juegos olímpicos y los juegos ístmicos.  Los atletas tenían que esforzarse muchísimo, tenían que entrenar durante muchísimo tiempo para llegar hasta el día de la competencia.  Y para los juegos ístimicos los atletas juraban que habían entrenado durante 10 meses seguidos antes de la competencia.  Y probablemente el hecho de tener que jurar antes de competir era lo que a ellos les motivaban a disciplinarse.  Les motivaba a esforzarse aun más.  Porque además de competir, ellos tenían que entregar su palabra.  Vamos a leer 1ª de Corintios 9.24 al 27.
“Ustedes saben que, en una carrera, no todos ganan el premio, sino uno solo.  Pues nuestra vida como seguidores de Cristo es como una carrera, así que vivamos bien para llevarnos el premio.  Los que se preparan para competir en un deporte, dejan de hacer todo lo que pueda perjudicarlos.  ¡Y lo hacen para ganarse un premio que no dura mucho!  Nosotros, en cambio, lo hacemos para recibir un premio que dura para siempre.  Yo me esfuerzo por recibirlo.  Así que no lucho sin un propósito.  Al contrario, vivo con mucha disciplina y trato de dominarme a mí mismo.   Pues si anuncio a otros la buena noticia, no quiero que al final Dios me descalifique a mí.” 
En este pasaje, Pablo empieza diciendo “Ustedes saben que…” dirigiéndose a los corintios.  En Corinto todos sabían lo mucho que se esforzaban los atletas antes de poder competir y al final ganar el premio.  Y ellos, lo que más aspiraban, era ganar ese premio aunque sea cortito el tiempo que iban a tenerlo en sus manos.  Y de la misma manera, nosotros como hijos de Dios apuntamos a un premio.  Pero nuestro premio es diferente, no es un premio chiquitito y que dura unas cuantas horitas como esa corona de laureles.  Nuestro premio es eterno y dura para siempre.  Así como los deportistas nosotros también debemos tener nuestra mirada puesta en un propósito.  Pero no solamente en el premio, sino como dice en Colosenses 3.2 “Poner nuestra mirada en las cosas de arriba.”  Debemos enfocarnos en las cosas de la eternidad. 
¿Qué pasaría si no nos enfocamos en las cosas de arriba?  Podemos usar a Usain Bolt como un ejemplo.  Usain Bolt es el hombre más rápido del mundo hasta ahora.  Pero que pasaría si es que en vez de correr hacia la meta corre en la dirección contraria.  Aunque sea el hombre más rápido de todo el mundo, no ganaría el premio.  Lo mismo pasa con nosotros.  Si no nos enfocamos y si no tenemos nuestra mirada puesta en Cristo, no nos sirve de nada correr la carrera.  Porque vamos en la dirección equivocada.
La palabra griega que usa Pablo para referirse a “Los que se preparan para competir” es la palabra “agonizar.”  Agonizar significa “estar muriéndose una persona o animal, estar a punto una cosa extinguirse o acabarse, y sentir mucha angustia o dolor.”  Me pregunto si estoy haciendo eso mismo en relación a mi conexión con Dios.  ¿Será que estoy agonizando a tal punto de negarme a mi misma o dejar que mi “yo” muera para que Cristo viva en mi y para que él se glorifique en mi vida?  Hay veces que no lo hago.   Yo puedo pedirle a Dios que purifique mis pensamientos—pero no puedo luego ver cosas que contaminan mi mente y mi corazón en la televisión.  Puedo pedirle a Dios que me ayude administrar mi tiempo—pero también yo debo ponerme límites al momento de ver televisión o navegar en internet o leer un libro.  Siempre deben existir límites.  Puedo pedirle a Dios que me ayude con mis estudios de español—pero soy YO quien debe estudiar. 
“Poner nuestra mirada en las cosas de arriba” nos va a ayudar a desarrollar los frutos del Espíritu Santo, entre ellos la templanza.  La templanza tiene que ver con equilibrio, con balance, y esta misma palabra se usa refiriéndose a los metales.  El herrero, lo que hace, es templar el metal.  Y este proceso consiste básicamente en calentar el metal, colocarlo bajo mucha presión y cambiar su forma para que luego este sea mucho más fuerte.  Pablo dijo que él se disciplinaba a si mismo, hasta tener moretones.  Esto no quiere decir que él se auto-flagelaba o se golpeaba, sino que él se refería más bien a su carácter.  El templaba su “yo” por decirlo así.  El tenía que ponerse límites.  El deseaba que el Espíritu Santo obre en su vida y le moldee. 
Para terminar, me pregunto si yo me enfoco más en poner mi mirada en Dios o simplemente me enfoco en cumplir con mis responsabilidades.  Como dice en 1ª de Corintios 9.27, “Vivo con mucha disciplina, y trato de dominarme a mi mismo, pues si anuncio a otros la buena noticia, no quiero que al final Dios me descalifica a mi.”  Les animo que puedan seguir luchando.  Todos estamos en diferentes etapas, algunos todavía estamos estudiando, otros ya están a punto de ir a la tribu.  Pero les animo no solamente a que sigan luchando por conseguir dominar el español o ir a la tribu.  Nosotros estamos luchando por algo mucho más importante. 
Quiero terminar con una pequeñita historia.  En la maratón de Nueva York de 1986, pasó algo asombroso—no porque se haya generado un nuevo record, ni por quien haya ganado la carrera.  Lo increíble fue la persona que llegó último.  Bob Weiland fue el último en llegar de 19,413 personas.  Llegó en 4 días, 2 horas, 48 minutos, y 17 segundos.  El corrió 42 kilómetros con sus brazos.  El estaba en Vietnam en 1969 cuando pisó una mina y la mina explotó.  Bob perdió sus piernas.  El pudo haber dicho “No puedo.  No lo voy a lograr.  Es imposible que yo pueda correr esta maratón.”  Tenía todo el derecho.  Sin embargo, él terminó la carrera.  El llegó a la meta, no fue el primero, no fue el segundo.  Pero lo más valioso es que terminó la carrera.  Llegó a la meta.  Muchas veces lo más importante no es ganar.  Lo importante es llegar a la meta.  Por eso como hijos de Dios, nuestro enfoque debe estar puesto en llegar a nuestra meta que es la eternidad, ver a Cristo cara a cara, y cuando estemos ahí frente a El, que El pueda decirnos, “Bien, buen siervo y fiel.”

Gracias por leerlo, amigo/a!

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