Esta es una devocional que voy a compartir el viernes...la alzo acá para que mis amigos de mi iglesia puedan leerla.
(This is a devotional that'll be sharing on Friday...I'm putting it here so my friends from church can read it. Thanks for your patience--the next post will be in English again!)
Buenas tardes. Hoy quiero
compartir con ustedes una parte de las escrituras que está en 1ª de Corintios
9.24 al 27. Muchas veces me preguntaron
si es que soy deportista. Pero nunca
jugué ni futbol ni basket ni volley, no participo porque no me importa competir
sino compartir. Lo que me gusta es
divertirme con las demás personas mientras juego con ellas. Por más que no soy deportista conozco a que
se refiere el mundo el deporte. Primero
porque crecí viéndole a mi papá jugando futbol y luego vi todos los juegos de
mi hermano cuando él practicaba futbol americano. Pablo hablaba mucho de los deportes porque en
aquella época habían dos juegos muy importantes—los juegos olímpicos y los
juegos ístmicos. Los atletas tenían que
esforzarse muchísimo, tenían que entrenar durante muchísimo tiempo para llegar
hasta el día de la competencia. Y para
los juegos ístimicos los atletas juraban que habían entrenado durante 10 meses
seguidos antes de la competencia. Y
probablemente el hecho de tener que jurar antes de competir era lo que a ellos
les motivaban a disciplinarse. Les motivaba
a esforzarse aun más. Porque además de
competir, ellos tenían que entregar su palabra.
Vamos a leer 1ª de Corintios 9.24 al 27.
“Ustedes saben que, en una carrera, no todos ganan el premio, sino uno
solo. Pues nuestra vida como seguidores
de Cristo es como una carrera, así que vivamos bien para llevarnos el premio. Los que se preparan para competir en un
deporte, dejan de hacer todo lo que pueda perjudicarlos. ¡Y lo hacen para ganarse un premio que no
dura mucho! Nosotros, en cambio, lo
hacemos para recibir un premio que dura para siempre. Yo me esfuerzo por recibirlo. Así que no lucho sin un propósito. Al contrario, vivo con mucha disciplina y
trato de dominarme a mí mismo. Pues si
anuncio a otros la buena noticia, no quiero que al final Dios me descalifique a
mí.”
En este pasaje, Pablo empieza diciendo “Ustedes saben que…” dirigiéndose
a los corintios. En Corinto todos sabían
lo mucho que se esforzaban los atletas antes de poder competir y al final ganar
el premio. Y ellos, lo que más
aspiraban, era ganar ese premio aunque sea cortito el tiempo que iban a tenerlo
en sus manos. Y de la misma manera,
nosotros como hijos de Dios apuntamos a un premio. Pero nuestro premio es diferente, no es un
premio chiquitito y que dura unas cuantas horitas como esa corona de
laureles. Nuestro premio es eterno y
dura para siempre. Así como los
deportistas nosotros también debemos tener nuestra mirada puesta en un
propósito. Pero no solamente en el
premio, sino como dice en Colosenses 3.2 “Poner nuestra mirada en las cosas de
arriba.” Debemos enfocarnos en las cosas
de la eternidad.
¿Qué pasaría si no nos enfocamos en las cosas de arriba? Podemos usar a Usain Bolt como un
ejemplo. Usain Bolt es el hombre más
rápido del mundo hasta ahora. Pero que
pasaría si es que en vez de correr hacia la meta corre en la dirección
contraria. Aunque sea el hombre más
rápido de todo el mundo, no ganaría el premio.
Lo mismo pasa con nosotros. Si no
nos enfocamos y si no tenemos nuestra mirada puesta en Cristo, no nos sirve de
nada correr la carrera. Porque vamos en
la dirección equivocada.
La palabra griega que usa Pablo para referirse a “Los que se preparan
para competir” es la palabra “agonizar.”
Agonizar significa “estar muriéndose una persona o animal, estar a punto
una cosa extinguirse o acabarse, y sentir mucha angustia o dolor.” Me pregunto si estoy haciendo eso mismo en
relación a mi conexión con Dios. ¿Será
que estoy agonizando a tal punto de negarme a mi misma o dejar que mi “yo”
muera para que Cristo viva en mi y para que él se glorifique en mi vida? Hay veces que no lo hago. Yo puedo pedirle a Dios que purifique mis
pensamientos—pero no puedo luego ver cosas que contaminan mi mente y mi corazón
en la televisión. Puedo pedirle a Dios
que me ayude administrar mi tiempo—pero también yo debo ponerme límites al
momento de ver televisión o navegar en internet o leer un libro. Siempre deben existir límites. Puedo pedirle a Dios que me ayude con mis
estudios de español—pero soy YO quien debe estudiar.
“Poner nuestra mirada en las cosas de arriba” nos va a ayudar a
desarrollar los frutos del Espíritu Santo, entre ellos la templanza. La templanza tiene que ver con equilibrio,
con balance, y esta misma palabra se usa refiriéndose a los metales. El herrero, lo que hace, es templar el
metal. Y este proceso consiste
básicamente en calentar el metal, colocarlo bajo mucha presión y cambiar su forma
para que luego este sea mucho más fuerte.
Pablo dijo que él se disciplinaba a si mismo, hasta tener
moretones. Esto no quiere decir que él
se auto-flagelaba o se golpeaba, sino que él se refería más bien a su carácter.
El templaba su “yo” por decirlo así. El tenía que ponerse límites. El deseaba que el Espíritu Santo obre en su
vida y le moldee.
Para terminar, me pregunto si yo me enfoco más en poner mi mirada en
Dios o simplemente me enfoco en cumplir con mis responsabilidades. Como dice en 1ª de Corintios 9.27, “Vivo con
mucha disciplina, y trato de dominarme a mi mismo, pues si anuncio a otros la
buena noticia, no quiero que al final Dios me descalifica a mi.” Les animo que puedan seguir luchando. Todos estamos en diferentes etapas, algunos
todavía estamos estudiando, otros ya están a punto de ir a la tribu. Pero les animo no solamente a que sigan
luchando por conseguir dominar el español o ir a la tribu. Nosotros estamos luchando por algo mucho más
importante.
Quiero terminar con una pequeñita historia. En la maratón de Nueva York de 1986, pasó algo
asombroso—no porque se haya generado un nuevo record, ni por quien haya ganado
la carrera. Lo increíble fue la persona
que llegó último. Bob Weiland fue el
último en llegar de 19,413 personas.
Llegó en 4 días, 2 horas, 48 minutos, y 17 segundos. El corrió 42 kilómetros con sus brazos. El estaba en Vietnam en 1969 cuando pisó una
mina y la mina explotó. Bob perdió sus
piernas. El pudo haber dicho “No
puedo. No lo voy a lograr. Es imposible que yo pueda correr esta
maratón.” Tenía todo el derecho. Sin embargo, él terminó la carrera. El llegó a la meta, no fue el primero, no fue
el segundo. Pero lo más valioso es que
terminó la carrera. Llegó a la
meta. Muchas veces lo más importante no
es ganar. Lo importante es llegar a la
meta. Por eso como hijos de Dios,
nuestro enfoque debe estar puesto en llegar a nuestra meta que es la eternidad,
ver a Cristo cara a cara, y cuando estemos ahí frente a El, que El pueda
decirnos, “Bien, buen siervo y fiel.”
Gracias por leerlo, amigo/a!